EL PERDÓN Y LA CULPA

Todos sabemos el significado de ‘perdonar’ y seguramente coincidiríamos al explicarlo. Sin embargo, si nos imaginamos ciertas situaciones y preguntamos si perdonaríamos a la/s persona/s que nos han causado daño o han sido culpables de esa situación, probablemente no todos estarían dispuestos a perdonar.

No hay un límite que no se traspase nunca, sino que cada persona establece el suyo propio y decide qué cosas tolera y cuáles no. El saber perdonar es tan relativo que muchas personas no entienden cómo otras pueden llegar a hacerlo en ciertas ocasiones. Esto está relacionado con la culpa, me explico: En la mayoría de ocasiones nos empeñamos en culpabilizar al resto de todo lo que nos afecta y nos olvidamos de nuestra responsabilidad, o simplemente es una vía de escape poder asignar esa culpa a alguien cuando simplemente nadie la tiene. A veces las circunstancias son las dueñas de lo que ocurre y no las personas. Esto en determinados momentos nos cuesta aceptarlo. Es curioso también cómo por el otro lado, nos culpabilizamos a  nosotros mismos y nos machacamos mentalmente sobre lo que podríamos haber hecho mejor, en lugar de pensar en cómo lo haremos en el futuro. El motivo de esto, generalmente, es el dejarnos llevar por las emociones y no dar cabida a la razón y la objetividad.


No obstante, me sorprende la capacidad de racionalización que tienen algunas personas en ciertas situaciones. Es el caso de los padres de una niña de 5 años, víctima mortal de un accidente de tráfico. Esta fue la carta que escribieron y enviaron al periódico ABC:



 “(...) os ruego muchas oraciones por las otras dos familias y por María, la madre que le ha tocado, a nuestro parecer, el peor trago del accidente y una vez más le repetimos que se abandone en el Señor para darse cuenta que no tiene culpa alguna y que aunque sea incomprensible Nuestro Dios lo ha permitido para sacar bienes mayores. 

(...) A nosotros nos queda el consuelo de pensar que hemos dado todo para que nuestra Mariquilla haya estado muy bien cuidada y achuchada. Y damos gracias a Dios por estos cinco maravillosos años que nos ha regalado con ella”.


Esta carta causó, naturalmente, conmoción y revuelo, ya que muchas personas no seríamos capaces de ver desde esa perspectiva los acontecimientos de los hechos, y mucho menos de no culpabilizar a nadie. Fue al leerla cuando me planteé la cuestión que nombro al principio: ¿cuáles son mis límites del perdón? Al no encontrar una respuesta clara, mi forma de ver las cosas cambió por completo. En cierto modo, pensaba que si alguien era responsable de un daño que me había hecho, no debía perdonarlo. Al final, llegué a la conclusión de que el rencor solo sirve para hacernos menos felices, que deberíamos aprender a perdonar al resto y a nosotros mismos, y sobre todo, a no actuar cuando las emociones están a flor de piel.


Y tú, ¿tienes claro hasta dónde podrías perdonar?


María Gómez Afán

2º Integración Social


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